Hablar una vez más de una novela
de Víctor Blázquez, es hablar de una narración que seguro te va a mantener
enganchado del principio al final de la misma.
En esta ocasión, podría parecer
que con “El niño que quería ser un Goonie”, Víctor se adentra en la novela
juvenil, pero poco a poco te das cuenta que es una novela para aquellos que
seguimos siendo jóvenes, porque mantenemos el espíritu de aquella inolvidable
película de los años 80. Y es que ¿quién no quiso ser un Goonie alguna vez en
su vida?
Yago tiene ocho años, y descubre
la película de los Goonies cuando Toño, su hermano mayor, se la pone camino a pasar lo que se suponen
serán unas fantásticas vacaciones junto a su madre en un magnífico complejo
hotelero de la costa, llamado ‘El Nirvana’. Desde el primer momento, el niño
queda absolutamente conquistado y fascinado por la película y sueña con vivir
las mismas apasionantes aventuras que sus protagonistas.
Lo que no se imagina es que
pronto se verá sumergido en una aventura que le llevará mucho más lejos de lo
que le hubiera gustado. Un críptico mensaje encontrado al fondo de un armario,
en el que se refugia ante la visita de extraños seres por la noche, desencadena
una investigación, en la que por supuesto no estará solo. Como buen Goonie no
solamente será ayudado, de una manera un tanto obligada, por su hermano mayor,
sino que encontrará a sus perfectos compañeros de aventuras en sus amigos, esos
amigos de veranos que, como todos sabemos, serán amigos para toda la vida… ¿o no?
¿Pero acaso todo es fruto de la
imaginación de un niño que acusa la separación de sus padres, o realmente hay
algo oscuro en ese lugar paradisiaco de vacaciones? ¿Tendrán esas nuevas
amistades unos lazos lo suficientemente fuertes como para resistir las
consecuencias de la aventura en la que se embarcan? ¿Conseguirán averiguar
quién es la familia Kotska y qué tienen que ver con los extraños sucesos de ‘El
Nirvana’?
Víctor Blázquez no deja de
sorprenderme. Porque lo mimo te hace temblar ante una horda de zombies (de los
que corren), que te introduce en la mente de un nazi, como te hace ver el mundo
a través de los ojos y los miedos de un niño de ocho años. Y lo hace todo de
una forma magistral, como si no costara, de tal manera que lo lees y te crees
que eso también lo puedes hacer tú, pero la realidad es que no (como cuando ves
jugar a Federer, que parece que el tenis es fácil y que cualquiera puede
hacerlo, pero no).
Sea como sea, en “El niño que
quería ser un Goonie” Víctor consigue que consigamos retroceder unas cuantas décadas
y vivamos la historia en primera persona, como cuando soñábamos con vivir mil
aventuras imposibles, esa época en la que el peligro no existía, y si existía nos tragábamos nuestro miedos y nos convertíamos en auténticos temerarios. Porque éramos
invencibles y no podía pasarnos nada. Porque un Goonie puede con todo. Porque
un Goonie nunca dice ‘muerto’.